viernes, 25 de noviembre de 2016

León Hebreo (Yehuda ben Yitzhak Abrabanel)

León Hebreo (Yehuda ben Yitzhak Abrabanel) nació en Lisboa en torno al año 1465. La familia Abrabanel era una vieja estirpe peninsular y el bisabuelo de Yehuda, Samuel Abrabanel, había gozado de la confianza de tres reyes castellanos en el siglo XIV. 

Yehuda recibió una esmerada formación fuertemente influída por el humanismo ibérico además de la filosofía judía e islámica en aquel momento histórico que vio el ocaso de la presencia sefardí en España y Portugal. Estudió también Medicina.



Su padre, el gran exégeta de la Biblia y filósofo sefardí, Isaac Abrabanel, fue consejero del rey Afonso V de Portugal, quien falleció en 1481. Su sucesor João II acusó a Isaac de haber estado comprometido con el Duque de Braganza en una conspiración contra él. Esto lo obligó a huir a España en 1483 con su familia, instalándose inicialmente en Sevilla y más tarde en Toledo. Isaac en poco tiempo amasó una respetable fortuna económica en tierras castellanas, gracias a la cual ganó la confianza del cardenal Pedro González de Mendoza y de los Reyes Católicos, ayudando a subvencionar la toma de Granada. Yehuda fue nombrado médico de la familia real en 1484. 

En 1492 Ios Reyes Católicos promulgan el edicto de expulsión o conversión de los judíos, e Isaac Abrabanel se arroja a los pies de Isabel y Fernando solicitando revoquen aquél. A modo de respuesta, los Reyes Católicos urdieron un complot para secuestrar al hijo de Yehuda y forzar así la conversión de toda la familia Abrabanel a fin de que pudieran permanecer al servicio de la corte. Advertido Yehuda de la treta, envía a su hijo con una niñera a Portugal donde, por orden del rey, es capturado y bautizado. Esta afrenta acompañó amargamente a Yehuda a lo largo de su vida. 

La familia Abrabanel decide exiliarse, pero no a Portugal, ni al norte de África ni al Imperio otomano como muchos de sus correligionarios, sino a Italia, donde parece que Yehuda conoció a Pico della Mirandola en Florencia, componiendo para él un discurso sobre ‘La armonía de los mares’. Otros humanistas con quienes se vio fueron Elia de Medigo, maestro de Pico della Mirandola, Yohanan Alemanno (un judío alemán influenciado por el misticismo neoplatónico de la corte de los Medici, autor de ‘Canción de canciones’), Giovanni Pontano, Mario Equicola y un monje de nombre Egidio da Viterbo. 

A pesar de la acusación de que los sefardíes habían traído la peste, los Abrabanel se establecen finalmente en el Reino de Nápoles donde los judíos gozaban de una situación relativamente favorable durante siglos, y también durante la dominación aragonesa bajo Alfonso el Magnánimo y su hijo bastardo, Fernando II, que murió en 1494. El hijo de Fernando II, Alfonso II, no pudo evitat la irrupción del ejército francés de Carlos VIII en el reino, lo que provocó la dispersión de la familia Abrabanel. El padre, Isaac, siguió el séquito del monarca aragonés a Sicilia donde Alfonso II murió después de abdicar, en 1495, y Yehudah se refugió por un tiempo en Génova donde ejerció la profesión de médico de 1496 a 1497, año en que se juntó con su padre y familia en Monopoli, puerto en la costa de Puglia que, desde 1495 había pasado a la República de Venecia. 

León Hebreo escribió entre 1501 y 1502 Dialoghi D’Amore, que tuvo gran difusión, excepto en el mundo judío. Fue en 1535, ya fallecido su autor, cuando su amigo Mariano Lenzi descubre el manuscrito que fue publicado en Roma en italiano florentino. El hecho que la obra de un literato sefardí, formado en Portugal y España alcanzara un éxito indiscutible en la cultura europea del periodo renacentista, con tres traducciones castellanas impresas y dos inéditas, dos francesas, una latina y nueve ediciones italianas tan sólo en el siglo XVI, es digno de estudio.



Curiosamente la obra no apareció en latín, como era todavía habitual en esa época. Pronto se tradujo al francés, al hebreo y al latín. En 1535 Garcilaso de la Vega realizó la traducción española. Existen dudas razonables sobre si redactó sus ‘Diálogos de Amor’ en italiano, ya que es cuestionable que el literato sefardí, formado en Portugal y España, llegando al Reino de Nápoles con más de treinta años, en tan sólo diez y habiendo casi siempre vivido en el sur de Italia, haya podido componer una imponente obra en un italiano toscano tan correcto. Tras su redacción inicial,  probablemente escrita en ladino, el autor, consciente del prestigio del toscano y deseoso de que su obra circulase entre lectores italianos y cristianos, encomendó a manos más diestras en el manejo de la lengua literaria italiana para su progresiva re escritura, hasta que cobrase la forma que tuvo en su editio princeps de Roma.

La primera, cuarta y quinta ediciones llevaban por título Dialogi d'Amore di Maestro Leone Medico Hebreo; la segunda y tercera edición aparecieron en 1541 como “Dialoghi di Amore composti per Leone Medico, di Natione Hebreo, et di poi fatto Christiano”, probablemente con el objeto de que no fuese rechazada por lectores cristianos susceptibles. 

La obra constituye un tratado sobre el amor en la línea de Ficino (De Amore, 1484) y Pico de la Mirandola (Comentario a una canción de amor de Jerónimo Benivieni, publicado en 1522) a la par que una suma de conocimientos herméticos. Está escrita en forma de diálogo entre Filón (el Amante) y Sofía (la Sabiduría).

Cervantes en el libro IV de la Galatea y en el prólogo de la primera parte de el Quijote de El Quijote, refiriéndose a Dialoghi d’Amore escribió el siguiente elogio: “Si tratáredes de amores, con dos onzas que sepáis de la lengua toscana, toparéis con León Hebreo que os hincha las medidas”.

El 23 de noviembre 1510 se publicó un edicto de expulsión de los judíos del Reino de Nápoles pero no fue consumada del todo, pues de ella quedaron exentas doscientas familias judías que podían pagar una multa de 3000 ducados cada año, mientras que alrededor de 30 000 judíos tuvieron que salir del Reino entre 1510 y julio del 1511. Exactamente diez años después el Virrey Ramón Folc de Cardona concede garantías a los judíos que aún permanecían en el Reino, exonerando a  «León Abravanel, médico y su casa» del pago de la multa. 

En 1521 un fraile franciscano, Fra Francesco de l’Angelina, solicita al Virrey que se imponga un gorro amarillo a los judíos del Reino. El Maestro ‘León Hebreo’ interviene para frenar la medida. Tristemente los esfuerzos de Abrabanel solamente postergaron las medidas antijudáicas pues finalmente el 28 de abril de 1521 se publicó el decreto.

Es en el año 1523 cuando parece más probable que León Hebreo (Yehuda ben Yitzhak Abrabanel) falleciese en Nápoles, aunque algunos establecen su muerte el 6 de mayo de 1527 y en la casa romana de su amigo Mariano Lenzi cuando las tropas de Carlos V saquean la ciudad del Papa.

León Hebreo fue sin duda un extraordinario intérprete del neoplatonismo renacentista. Renueva la erótica de Platón buscando armonizarla con otras tradiciones (el realismo, la teología y la mística judaicas). Los Diálogos de amor forman parte de lo que Leibniz y Huxley llamaron "Filosofía perenne". El geocentrismo de León Hebreo no puede ser confundido con el medieval. El verdadero centro de la concepción medieval del mundo era el infierno. La cosmografía geocéntrica propia del Medievo servía para la humillación del hombre, no para su exaltación. 

León Hebreo deseaba restaurar aquella originaria inspiración en que la Metafísica y la Poesía, la Ciencia y el Arte, se confundían en una sola sabiduría universal: la descripción de los efectos universales del Amor. En ella se enseña que esa fuerza magnética que mantiene unido al todo es la que mueve incluso a la materia prima. El Amor es ese espíritu vivificante que penetra el mundo, poniendo justicia y armonía, enlazando en orden todas las cosas del universo, sean corpóreas o incorpóreas. En fin, esta "filografía o disciplina amatoria" fue una especie de filosofía "armonista" muy popular en España e Italia durante todo el siglo XVI. Por un lado, alcanza su expresión más alta en la bellísima oda de Fray Luis de León al músico ciego Salinas o en la teopatía mística de San Juan de la Cruz; por otro lado, encuentra su expresión más exotérica en la poesía erótica de Camoens, Herrera o Cervantes.

León Hebreo, en el primero de su Diálogos, desarrolla la distinción entre el amor y el deseo, y distingue, siguiendo a Aristóteles, entre el amor deleitable, el útil y el honesto. Filón (el amante) presenta a Sofía (la amada) la perfección del amor honesto como amor a Dios y en Dios, porque el amor se realiza en el Bien, y Dios es la suprema bondad. La verdadera felicidad se encuentra pues en conocer y amar a Dios. 

El segundo diálogo versa sobre la universalidad del amor. El amor ata el cielo y la tierra como una gran cadena doble, de expansión y retorno, como una fuerza bipolar que desciende desde las causas a los efectos y asciende desde los efectos a las causas. 

Al amor divino se refiere León Hebreo en el tercero de sus diálogos, no en el sentido del deseo de perfección propio de los mortales, sino del amor de Dios para con nosotros y "para todas las cosas que ha criado". Este amor de Dios no puede reducirse a la carencia ni puede haber nacido de la Penuria, ni debe suponer el reconocimiento de alguna falta, "porque Dios es sumamente perfecto, y nada le falta". Por consiguiente, o bien es un amor libre de deseo o, mejor, lo que sucede es que el amor divino no es deseo de perfección para sí, sino el deseo de que todas las cosas por Él producidas lleguen a ser perfectas, "mayormente de aquella perfección que ellas pueden conseguir, mediante sus propios actos y obras", como sería en los hombres por sus obras virtuosas y por su sabiduría. 

A León Hebreo se le plantea un grave dilema metafísico, o bien admite con Platón que Dios, al ser perfecto, no ama y que el amor, precisamente por suponer deseo e imperfección, no es Dios, sino un poder intermediario entre lo sensible y lo inteligible, lo mortal y lo inmortal, esto es, un Gran Demon, o bien, si admite un dios deseante y amoroso, limita su perfección haciéndole depender de la posible y deseable perfección de sus criaturas.

En última instancia, en León Hebreo, como en Spinoza (otra ilustre inteligencia judía de origen ibérico), la creación no implica necesidad racional alguna, ni fatalidad lógica, sino que es prueba de amor divino, un amor que ya no se determina como pasión por lo hermoso y apropiable, sino por lo puramente bueno en su universalidad. De esta manera, "amando Dios la perfección, ama la perfección de su divina acción: y la falta, que se le presupone, no es en su esencia, sino en la sombra de la relación del Creador a la criatura: que pudiendo ser maculado por defecto de sus criaturas, desea su inmaculada perfección con la deseada perfección de su criaturas".

De este modo, la unión de Dios y el mundo depende, ya no del esfuerzo divino, sino del tesón de la criatura. "Dios no desea su unión con las criaturas, como hacen los demás amantes, sino que desea la unión de sus criaturas con su divinidad”. 

Los Diálogos de León Hebreo precedieron e influyeron en Bruno y en los diversos libros de platonismo erótico-recreativo publicados en Italia y España desde la primera mitad del XVI: en los Asolani del cardenal Bembo; en El Cortesano de Castiglione, Nuncio de Clemente VII en España entre 1525 y 1529, fecha de su muerte; en el tratado Del amor divino, natural y humano del botánico Cristóbal e Acosta; en el de Francisco de Aldana (Tratado de amor en modo platónico); en la Apología en alabanza el amor de Carlos Montesa. 

León Hebreo es hijo de su contexto y su tiempo, por situarse a caballo entre el ocaso de la cultura sefardí en España y la dominación aragonesa en el sur de Italia. En él la tradición hispano-judaica abraza la cultura del Renacimiento italiano. En la obra León Hebreo destaca la dependencia de Maimónides cuando aborda los problemas de la relación entre la razón y la fe, el problema de la causalidad y la eternidad del mundo, la astrología, la naturaleza del mundo sublunar y de la de la materia. 

Aunque sea claramente la obra de un judío y de un judío creyente, no lleva la impronta de las obras proselitistas que florecieron, sobre todo, en el siglo XVII y que tenía por objetivo a los marranos a quienes se intentaba incorporar en el seno de la comunidad de creyentes en la fe mosaica. No adopta jamás un tono beligerante o triunfalista. En ningún momento exalta la superioridad de la fe judía frente a las demás. Lo que sí que se ve a través de los Diálogos de amor es un intento de hacer que la fe judía sea comprensible para los lectores renacentistas del texto, apelando a la filosofía antigua, en particular al Neoplatonismo, el pensamiento medieval árabe y judío, la mitología y la Biblia, todos, elementos de una herencia intelectual y espiritual común al cristianismo y al judaísmo. Hay, incluso, alguna alusión a San Juan evangelista como uno de los seres que escaparon a la muerte junto con Enoch y Elías. Claramente estamos ante una obra sincrética, en que lo aparentemente dispar y contradictorio se reúne en un conjunto coherente como en otros autores del periodo renacentista.

MAG/26.11.2016


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