domingo, 27 de noviembre de 2016

Los jázaros



En la última clase, el profesor Abella mencionó a los jázaros junto con los askenazíes como integrantes del amplio colectivo judío en Europa oriental.

Copio a continuación una nota que escribí hace dos años y publiqué en mi blog de Cultura Rusa sobre el pueblo jázaro, que espero pueda interesaros:



Tras la fragmentación del Imperio Turco Gök, los jázaros (khazars en inglés) emergieron como una potencia regional, creando una red comercial norte-sur y recibiendo tributos de 25 pueblos a ellos sometidos. Implantaron una administración fiscal centralizada que permitió el despliegue de un ejército de 10 000 hombres y una red de fortificaciones logrando así una estabilidad interna y capacidad agresiva frente a otros pueblos de la estepa.

Los jázaros llegaron a controlar un vasto imperio y su influencia se extendió hacia lo que hoy es Polonia, Austria, Rumanía, Hungría, etc., jugando un papel central en las más importantes guerras de la región del Cáucaso. A principios del siglo VII, se unieron con turcos y bizantinos para derrotar al estado persa. 

En los siglos VII y VIII, defendieron la frontera del sudeste de Europa de la invasión árabe, permitiendo indirectamente a la Cristiandad sobrevivir en Bizancio y más tarde crecer en Ucrania.

Sobre el 740 d.C. el rey Bulán, adopto el judaísmo por razones políticas, a fin de que su pueblo no desapareciese absorbido por los reinos cristianos desde Bizancio o los musulmanes del Califato de Baghdad.

Sin embargo, los jázaros practicaron una tolerancia religiosa como lo demuestra el hecho de que en el Tribunal Supremo de su capital, Itil, se hallaba representada cada religión principal (Cristianismo, Islam, Judaísmo, y el paganismo eslavo).

El profesor Peter Golden de la Universidad de Rutgers (New Jersey), escribió en su libro Khazar Studies que "A cada escolar en el mundo occidental se le ha dicho que sino fuera por Carlos Martel y su victoria en la batalla de Poitiers, hubiera podido encontrarse ahora una mezquita en el lugar en que está erigida actualmente la catedral de Notre Dame. De lo que pocos escolares son conscientes es que, si no fuera por los jázaros, Europa Oriental bien podría haberse convertido en una provincia del Islam".

La historia de los jázaros llamó la atención de un famoso médico y diplomático judío español conocido como Hasdai ibn Shaprut, canciller del Califato de Al-Andalus, nacido en Jaén en 910 y fallecido en Córdoba en 975. Enterado por mensajeros bizantinos de que los jázaros estaban gobernados por un rey nombrado Yosef le escribió una carta, en la que le decía: "Nosotros vivimos en la diáspora sin poder alguno. Cuando oímos hablar del poderío de su monarquía, y de su ejército poderoso, fuimos presa del asombro. Alzamos nuestras cabezas, nuestros espíritus retornaron, nuestras manos fueron fortalecidas y el reino de mi señor fue nuestra respuesta de defensa. Cuando estas noticias ganen más fuerza, a través de ella nos elevaremos más allá". 

La carta de Hasdai, y la contestación que le envió Yosef, fue descifrada gracias al trabajo del estudioso Yitzhak Aqrish (1489-1578?), otro sefardí exiliado en Egipto. Aqrish descubrió copias de las cartas de Hasdai y de Yosef en El Cairo y las publicó en Constantinopla en un panfleto en hebreo llamado Kol Mebasser, con el objeto de levantar el espíritu de los judíos oprimidos alrededor del mundo.

Otra vinculación de los jázaros con Sefarad aparece cuando David ben Yosef, de siete años, hijo del Qagan de Samandara, es enviado en 1150 a España para estudiar judaísmo en la misma residencia de Moshe ben Maimon (Maimónides) hasta alcanzar el rabinato. Diez años más tarde regresa a Jazaria, donde a la muerte de su padre, accede al puesto de Qagan.

Pero sin duda la relación más estrecha entre un sefardí y el pueblo de los jázaros se encuentra en la principal obra del filósofo y médico español, Yehudah Ben Samuel Halevi, nacido en Tudela sobre el año 1070, considerado como uno de los poetas judíos más destacados en la literatura hispano-hebrea es la llamada El Kuzarí o Libro de la prueba y del fundamento sobre la defensa de la religión menospreciada, escrito entre 1130-1140, y compuesto de cinco discursos. El nombre dado al libro, El Kuzarí, se debe a que el autor presenta en su obra a un rey pagano —el rey de los Jázaros— que quiere conocer la verdadera religión y que, tras acudir a filósofos aristotélicos, a cristianos y a musulmanes, solo encuentra la verdad en las fuentes bíblicas del judaísmo, de las que ya le habían hablado, pero que solamente un sabio judío ortodoxo le revela en toda su verdad e integridad. Así, hace una apología del judaísmo y de lo que llama «la verdadera revelación» y, aún siendo una obra de carácter principalmente edificante y apologético, abundan en ella los conceptos teológicos y filosóficos. Constituye un extraordinario compendio de tradiciones orales y costumbres semitas.


MAG/27.11.2016

viernes, 25 de noviembre de 2016

León Hebreo (Yehuda ben Yitzhak Abrabanel)

León Hebreo (Yehuda ben Yitzhak Abrabanel) nació en Lisboa en torno al año 1465. La familia Abrabanel era una vieja estirpe peninsular y el bisabuelo de Yehuda, Samuel Abrabanel, había gozado de la confianza de tres reyes castellanos en el siglo XIV. 

Yehuda recibió una esmerada formación fuertemente influída por el humanismo ibérico además de la filosofía judía e islámica en aquel momento histórico que vio el ocaso de la presencia sefardí en España y Portugal. Estudió también Medicina.



Su padre, el gran exégeta de la Biblia y filósofo sefardí, Isaac Abrabanel, fue consejero del rey Afonso V de Portugal, quien falleció en 1481. Su sucesor João II acusó a Isaac de haber estado comprometido con el Duque de Braganza en una conspiración contra él. Esto lo obligó a huir a España en 1483 con su familia, instalándose inicialmente en Sevilla y más tarde en Toledo. Isaac en poco tiempo amasó una respetable fortuna económica en tierras castellanas, gracias a la cual ganó la confianza del cardenal Pedro González de Mendoza y de los Reyes Católicos, ayudando a subvencionar la toma de Granada. Yehuda fue nombrado médico de la familia real en 1484. 

En 1492 Ios Reyes Católicos promulgan el edicto de expulsión o conversión de los judíos, e Isaac Abrabanel se arroja a los pies de Isabel y Fernando solicitando revoquen aquél. A modo de respuesta, los Reyes Católicos urdieron un complot para secuestrar al hijo de Yehuda y forzar así la conversión de toda la familia Abrabanel a fin de que pudieran permanecer al servicio de la corte. Advertido Yehuda de la treta, envía a su hijo con una niñera a Portugal donde, por orden del rey, es capturado y bautizado. Esta afrenta acompañó amargamente a Yehuda a lo largo de su vida. 

La familia Abrabanel decide exiliarse, pero no a Portugal, ni al norte de África ni al Imperio otomano como muchos de sus correligionarios, sino a Italia, donde parece que Yehuda conoció a Pico della Mirandola en Florencia, componiendo para él un discurso sobre ‘La armonía de los mares’. Otros humanistas con quienes se vio fueron Elia de Medigo, maestro de Pico della Mirandola, Yohanan Alemanno (un judío alemán influenciado por el misticismo neoplatónico de la corte de los Medici, autor de ‘Canción de canciones’), Giovanni Pontano, Mario Equicola y un monje de nombre Egidio da Viterbo. 

A pesar de la acusación de que los sefardíes habían traído la peste, los Abrabanel se establecen finalmente en el Reino de Nápoles donde los judíos gozaban de una situación relativamente favorable durante siglos, y también durante la dominación aragonesa bajo Alfonso el Magnánimo y su hijo bastardo, Fernando II, que murió en 1494. El hijo de Fernando II, Alfonso II, no pudo evitat la irrupción del ejército francés de Carlos VIII en el reino, lo que provocó la dispersión de la familia Abrabanel. El padre, Isaac, siguió el séquito del monarca aragonés a Sicilia donde Alfonso II murió después de abdicar, en 1495, y Yehudah se refugió por un tiempo en Génova donde ejerció la profesión de médico de 1496 a 1497, año en que se juntó con su padre y familia en Monopoli, puerto en la costa de Puglia que, desde 1495 había pasado a la República de Venecia. 

León Hebreo escribió entre 1501 y 1502 Dialoghi D’Amore, que tuvo gran difusión, excepto en el mundo judío. Fue en 1535, ya fallecido su autor, cuando su amigo Mariano Lenzi descubre el manuscrito que fue publicado en Roma en italiano florentino. El hecho que la obra de un literato sefardí, formado en Portugal y España alcanzara un éxito indiscutible en la cultura europea del periodo renacentista, con tres traducciones castellanas impresas y dos inéditas, dos francesas, una latina y nueve ediciones italianas tan sólo en el siglo XVI, es digno de estudio.



Curiosamente la obra no apareció en latín, como era todavía habitual en esa época. Pronto se tradujo al francés, al hebreo y al latín. En 1535 Garcilaso de la Vega realizó la traducción española. Existen dudas razonables sobre si redactó sus ‘Diálogos de Amor’ en italiano, ya que es cuestionable que el literato sefardí, formado en Portugal y España, llegando al Reino de Nápoles con más de treinta años, en tan sólo diez y habiendo casi siempre vivido en el sur de Italia, haya podido componer una imponente obra en un italiano toscano tan correcto. Tras su redacción inicial,  probablemente escrita en ladino, el autor, consciente del prestigio del toscano y deseoso de que su obra circulase entre lectores italianos y cristianos, encomendó a manos más diestras en el manejo de la lengua literaria italiana para su progresiva re escritura, hasta que cobrase la forma que tuvo en su editio princeps de Roma.

La primera, cuarta y quinta ediciones llevaban por título Dialogi d'Amore di Maestro Leone Medico Hebreo; la segunda y tercera edición aparecieron en 1541 como “Dialoghi di Amore composti per Leone Medico, di Natione Hebreo, et di poi fatto Christiano”, probablemente con el objeto de que no fuese rechazada por lectores cristianos susceptibles. 

La obra constituye un tratado sobre el amor en la línea de Ficino (De Amore, 1484) y Pico de la Mirandola (Comentario a una canción de amor de Jerónimo Benivieni, publicado en 1522) a la par que una suma de conocimientos herméticos. Está escrita en forma de diálogo entre Filón (el Amante) y Sofía (la Sabiduría).

Cervantes en el libro IV de la Galatea y en el prólogo de la primera parte de el Quijote de El Quijote, refiriéndose a Dialoghi d’Amore escribió el siguiente elogio: “Si tratáredes de amores, con dos onzas que sepáis de la lengua toscana, toparéis con León Hebreo que os hincha las medidas”.

El 23 de noviembre 1510 se publicó un edicto de expulsión de los judíos del Reino de Nápoles pero no fue consumada del todo, pues de ella quedaron exentas doscientas familias judías que podían pagar una multa de 3000 ducados cada año, mientras que alrededor de 30 000 judíos tuvieron que salir del Reino entre 1510 y julio del 1511. Exactamente diez años después el Virrey Ramón Folc de Cardona concede garantías a los judíos que aún permanecían en el Reino, exonerando a  «León Abravanel, médico y su casa» del pago de la multa. 

En 1521 un fraile franciscano, Fra Francesco de l’Angelina, solicita al Virrey que se imponga un gorro amarillo a los judíos del Reino. El Maestro ‘León Hebreo’ interviene para frenar la medida. Tristemente los esfuerzos de Abrabanel solamente postergaron las medidas antijudáicas pues finalmente el 28 de abril de 1521 se publicó el decreto.

Es en el año 1523 cuando parece más probable que León Hebreo (Yehuda ben Yitzhak Abrabanel) falleciese en Nápoles, aunque algunos establecen su muerte el 6 de mayo de 1527 y en la casa romana de su amigo Mariano Lenzi cuando las tropas de Carlos V saquean la ciudad del Papa.

León Hebreo fue sin duda un extraordinario intérprete del neoplatonismo renacentista. Renueva la erótica de Platón buscando armonizarla con otras tradiciones (el realismo, la teología y la mística judaicas). Los Diálogos de amor forman parte de lo que Leibniz y Huxley llamaron "Filosofía perenne". El geocentrismo de León Hebreo no puede ser confundido con el medieval. El verdadero centro de la concepción medieval del mundo era el infierno. La cosmografía geocéntrica propia del Medievo servía para la humillación del hombre, no para su exaltación. 

León Hebreo deseaba restaurar aquella originaria inspiración en que la Metafísica y la Poesía, la Ciencia y el Arte, se confundían en una sola sabiduría universal: la descripción de los efectos universales del Amor. En ella se enseña que esa fuerza magnética que mantiene unido al todo es la que mueve incluso a la materia prima. El Amor es ese espíritu vivificante que penetra el mundo, poniendo justicia y armonía, enlazando en orden todas las cosas del universo, sean corpóreas o incorpóreas. En fin, esta "filografía o disciplina amatoria" fue una especie de filosofía "armonista" muy popular en España e Italia durante todo el siglo XVI. Por un lado, alcanza su expresión más alta en la bellísima oda de Fray Luis de León al músico ciego Salinas o en la teopatía mística de San Juan de la Cruz; por otro lado, encuentra su expresión más exotérica en la poesía erótica de Camoens, Herrera o Cervantes.

León Hebreo, en el primero de su Diálogos, desarrolla la distinción entre el amor y el deseo, y distingue, siguiendo a Aristóteles, entre el amor deleitable, el útil y el honesto. Filón (el amante) presenta a Sofía (la amada) la perfección del amor honesto como amor a Dios y en Dios, porque el amor se realiza en el Bien, y Dios es la suprema bondad. La verdadera felicidad se encuentra pues en conocer y amar a Dios. 

El segundo diálogo versa sobre la universalidad del amor. El amor ata el cielo y la tierra como una gran cadena doble, de expansión y retorno, como una fuerza bipolar que desciende desde las causas a los efectos y asciende desde los efectos a las causas. 

Al amor divino se refiere León Hebreo en el tercero de sus diálogos, no en el sentido del deseo de perfección propio de los mortales, sino del amor de Dios para con nosotros y "para todas las cosas que ha criado". Este amor de Dios no puede reducirse a la carencia ni puede haber nacido de la Penuria, ni debe suponer el reconocimiento de alguna falta, "porque Dios es sumamente perfecto, y nada le falta". Por consiguiente, o bien es un amor libre de deseo o, mejor, lo que sucede es que el amor divino no es deseo de perfección para sí, sino el deseo de que todas las cosas por Él producidas lleguen a ser perfectas, "mayormente de aquella perfección que ellas pueden conseguir, mediante sus propios actos y obras", como sería en los hombres por sus obras virtuosas y por su sabiduría. 

A León Hebreo se le plantea un grave dilema metafísico, o bien admite con Platón que Dios, al ser perfecto, no ama y que el amor, precisamente por suponer deseo e imperfección, no es Dios, sino un poder intermediario entre lo sensible y lo inteligible, lo mortal y lo inmortal, esto es, un Gran Demon, o bien, si admite un dios deseante y amoroso, limita su perfección haciéndole depender de la posible y deseable perfección de sus criaturas.

En última instancia, en León Hebreo, como en Spinoza (otra ilustre inteligencia judía de origen ibérico), la creación no implica necesidad racional alguna, ni fatalidad lógica, sino que es prueba de amor divino, un amor que ya no se determina como pasión por lo hermoso y apropiable, sino por lo puramente bueno en su universalidad. De esta manera, "amando Dios la perfección, ama la perfección de su divina acción: y la falta, que se le presupone, no es en su esencia, sino en la sombra de la relación del Creador a la criatura: que pudiendo ser maculado por defecto de sus criaturas, desea su inmaculada perfección con la deseada perfección de su criaturas".

De este modo, la unión de Dios y el mundo depende, ya no del esfuerzo divino, sino del tesón de la criatura. "Dios no desea su unión con las criaturas, como hacen los demás amantes, sino que desea la unión de sus criaturas con su divinidad”. 

Los Diálogos de León Hebreo precedieron e influyeron en Bruno y en los diversos libros de platonismo erótico-recreativo publicados en Italia y España desde la primera mitad del XVI: en los Asolani del cardenal Bembo; en El Cortesano de Castiglione, Nuncio de Clemente VII en España entre 1525 y 1529, fecha de su muerte; en el tratado Del amor divino, natural y humano del botánico Cristóbal e Acosta; en el de Francisco de Aldana (Tratado de amor en modo platónico); en la Apología en alabanza el amor de Carlos Montesa. 

León Hebreo es hijo de su contexto y su tiempo, por situarse a caballo entre el ocaso de la cultura sefardí en España y la dominación aragonesa en el sur de Italia. En él la tradición hispano-judaica abraza la cultura del Renacimiento italiano. En la obra León Hebreo destaca la dependencia de Maimónides cuando aborda los problemas de la relación entre la razón y la fe, el problema de la causalidad y la eternidad del mundo, la astrología, la naturaleza del mundo sublunar y de la de la materia. 

Aunque sea claramente la obra de un judío y de un judío creyente, no lleva la impronta de las obras proselitistas que florecieron, sobre todo, en el siglo XVII y que tenía por objetivo a los marranos a quienes se intentaba incorporar en el seno de la comunidad de creyentes en la fe mosaica. No adopta jamás un tono beligerante o triunfalista. En ningún momento exalta la superioridad de la fe judía frente a las demás. Lo que sí que se ve a través de los Diálogos de amor es un intento de hacer que la fe judía sea comprensible para los lectores renacentistas del texto, apelando a la filosofía antigua, en particular al Neoplatonismo, el pensamiento medieval árabe y judío, la mitología y la Biblia, todos, elementos de una herencia intelectual y espiritual común al cristianismo y al judaísmo. Hay, incluso, alguna alusión a San Juan evangelista como uno de los seres que escaparon a la muerte junto con Enoch y Elías. Claramente estamos ante una obra sincrética, en que lo aparentemente dispar y contradictorio se reúne en un conjunto coherente como en otros autores del periodo renacentista.

MAG/26.11.2016


domingo, 20 de noviembre de 2016

Maimónides




Moses ben Maimon, llamado Maimónides por los cristianos y RaMBaM (acrónimo de la iniciales de su nombre en hebreo) por los judíos, nació el 30 de marzo de 1135 en Córdoba, capital de la España árabe, en el seno de una distinguida familia judía. Su padre, Maimum, un erudito formado en Lucena por rabí Yosef ha-Leví ibn Migash, ejercía como letrado y príncipe de la judería, descendía de jueces rabínicos, estudiosos y dirigentes comunitarios y en concreto decía proceder del Rabí Yehudá ha-Nasí, de la segunda mitad del siglo II, redactor de la Mishná. Su familia materna, por el contrario, era de humilde condición; su madre, que murió al darle a luz, era la hija de un carnicero; y su padre se volvió a casar.

Maimónides realizó sus primeros estudios bíblicos y talmúdicos en la escuela sinagogal. Estudió matemáticas y medicina según la enseñanza árabe. Tuvo una buena formación en filosofía, teología, ciencias y medicina. 

Conquistada Córdoba en 1148 por los almohades, que instalaron la intolerancia en al-Ándalus imponiendo las leyes del Islam tanto a cristianos como a judíos, la familia de Maimónides decidió emigrar junto a su familia. Se trasladaron primero a Almería, donde dio cobijo en su casa a su maestro Averroes, hasta trasladarse en 1160 con sus hijos a Fez. Allí residió durante solo cinco años, debido a la intolerancia almohade que les obligó a exiliarse, durante unos meses, en Palestina y finalmente en Egipto: primero en Alejandría y luego en Fustat (el viejo Cairo) en 1165. A pesar de su emigración, Maimónides se consideró siempre un sefardí.

En El Cairo el último rey fatimí, al-‘Adid, nombró a Maimónides su médico personal. Tras ser derrotado aquél  por  Saladino I en 1171, el nuevo sultán de Egipto y Siria confía también a Maimónides el cuidado de su salud. Más tarde fue médico de palacio con el visir al-Fadl, hijo mayor de Saladino.

Maimónides llegó a ser rabino principal o nagid de la comunidad judía de Egipto en 1177, asentando la teología judaica sobre los principios de la razón según la filosofía aristotélica, papel comparable al que cumplieron Averroes en el Islam y santo Tomás en el cristianismo. 

Como judío en territorio islámico tuvo una vasta formación en ambas culturas: la tradicional judía y la árabe profana (con sus incorporaciones de la griega), escribiendo tanto en hebreo como en árabe, en una prosa que se caracteriza sobre todo por la sistematización y la claridad expositiva.

De Maimónides surgiría el movimiento intelectual judaico de los siglos XIII y XIV que se extendió por España y el sur de Francia. Partidario del realismo teológico ha llegado a ser considerado precursor de las ideas de Spinoza, pero filosóficamente no se le considera muy original por seguir básicamente a Aristóteles, apartándose de él en puntos que parecen contradictorios a las creencias y tradiciones judías. Por lo tanto, su carácter es conciliador.

La fama de Maimónides se cimentó en tres pilares: la medicina, la filosofía y la religión hebrea.

Su obra médica se caracteriza por una inclinación al empirismo. Entre las grandes obras médicas de Maimónides destaca un grupo de libros destinados a comentar, divulgar y polemizar, a veces, las obras de sus antecesores. Entre ellos están: Extractos de Galeno, Comentarios sobre los aforismos de Hipócrates, Aforismos médicos de Moisés y el Tratado de dietética e higiene, que será modelo de otros escritos de ese estilo redactados en la Europa medieval. Estas obras de carácter médico fueron escritas en árabe y rápidamente traducidas al hebreo y al latín, siendo estas últimas versiones las que se difundirán por el mundo cristiano de la época. 

A juzgar por las continuas menciones en sus escritos, Maimónides se inspiró en la lectura de Hipócrates, Galeno y Aristóteles, y de los grandes sabios árabes, Rhazes de Persia, al-Farabi y el médico hispano-árabe Ibn Zhur. Su fama de sabio le llevó a ser médico de poderosos señores, pero jamás se olvidó de los pobres. Maimónides describe así un típico día de trabajo: 

Mis deberes con el Sultán son una pesada carga. Estoy obligado a visitarlo cada día y cuando uno de sus hijos, o alguna de las mujeres de su harén, está indispuesto. No me atrevo a salir de El Cairo porque debo pasar una gran parte del día en palacio. Llego a El Cairo muy temprano e, incluso cuando no sucede nada de importancia, no regreso a Fustat hasta la tarde, hambriento y fatigado. Al llegar encuentro la antesala de mi casa llena de gente… converso con ellos y receto mientras permanezco echado por culpa de la fatiga. Cuando cae la noche estoy tan exhausto que apenas me quedan fuerzas para hablar…

Maimónides escribió tratados sobre las hemorroides y el asma. En este último recomienda a los asmáticos huir del aire contaminado de la ciudad, vivir en pisos altos y ventilados, con las habitaciones alejadas de las letrinas. “El aire puro – dice Maimónides- es la regla más importante para la preservación de la salud del cuerpo y del espíritu“.

A petición de un sobrino de Saladino, que deseaba aumentar su potencia sexual, Maimónides escribió su Tratado sobre las relaciones sexuales . Es una obra extensa en la que, entre otros muchos temas, describe drogas útiles como afrodisíacos, aconseja moderación en la actividad sexual y describe la fisiología de los sexos.

Escribió un Tratado de los venenos y sus antídotos (1199) que fue empleado como texto de toxicología durante toda la Edad Media. En él habla de los tratamientos contra las mordeduras de las serpientes y describe los síntomas de envenenamiento causado por diferentes tóxicos.

Convencido de que la mejor forma de prevenir las enfermedades consiste en llevar una vida sana, tener costumbres saludables y evitar los excesos, escribió una serie de recomendaciones higiénicas y dietéticas en su obra El Régimen de la salud.

En cuanto a su pensamiento filosófico, Maimónides trata de conciliar el enfoque hebreo, el aristotelismo y el neoplatonismo.

Su pensamiento filosófico considera demostrable la existencia de Dios como Ser Necesario en cuanto primer motor y causa del mundo. Comparte con el filósofo musulmán Avicena la cosmovisión de esferas celestes regidas por Inteligencias separadas. La última de las cuales es el agente que ilumina a los hombres de corazón bien dispuestos.

Entre los pensadores latinos medievales se considera que la perspectiva de Maimónides es agnóstica pues afirma la imposibilidad del conocimiento de las características o atributos de Dios por superar su naturaleza la capacidad humana de comprensión.

Una de las preocupaciones de Maimónides era demostrar que la filosofía y la religión no eran incompatibles sino que podían armonizar entre sí, principal objetivo de su obra la Guía de los Perplejos, dirigida a aquellas personas confusas o perplejas por las aparentes discordancias entre filosofía y religión, es decir entre el aristotelismo y neoplatonismo, y el Tanaj hebreo.



En Guía de los perplejos, escrita en árabe (c. 1190), intentó armonizar fe y razón, reconciliando la filosofía de Aristóteles con la verdad literal del Antiguo Testamento para lo que se apoya en filósofos árabes como Averroes y Avicena. La obra tuvo una gran influencia en filósofos cristianos como santo Tomás de Aquino. Su utilización de un método alegórico, aplicable a la interpretación bíblica, que minimizaba el antropomorfismo, fue condenada durante varios siglos por muchos rabinos ortodoxos. Sufrió continuas dificultades y persecuciones, tanto por parte de los musulmanes (denunciado como apóstata del islamismo, sólo la protección personal del visir de Saladino, al-Fádil, le salvó de la muerte), como de los judíos tradicionalistas que recelaban de su tendencia racionalista. La diversidad de análisis en la interpretación, sobre todo referida al análisis de los textos sagrados hebreos, será una constante en la obra de Maimónides, en la que insistirá repetidamente en su “Guía de los Perplejos”, como deja escrito ya en la introducción de su obra:

Aclarar ciertas metáforas oscuras que se hallan en los Profetas, y que algunos lectores ignorantes y superficiales, toman al pie de la letra. Aun las personas enteradas se descarriarían y confundirían si entendieran estos pasajes en su sentido literal; empero, se sentirán por completo aliviados de su confusión y descarriamiento cuando les expliquemos las figuras o simplemente les indiquemos que las palabras se emplean en sentido alegórico.

La Guía de los Perplejos” es, posiblemente, el texto que más fama le dio a nivel general y no solo dentro de la comunidad judía. En su obra más importante, La Guía de Perplejos. Según Maimónides la tarea de la filosofía es confirmar racionalmente las verdades de la religión.

Se trata ante todo de una cuestión de lingüística y de interpretación. Según el autor aplicando el nivel interpretativo adecuado las discordancias desaparecen: “… en toda palabra hay un doble sentido, el literal y el figurado, siendo el uno tan valioso como la plata, pero más precioso todavía el sentido oculto; de suerte que la significación figurada está respecto de la literal en la misma relación que el oro a la plata”. 

Maimónides no sólo describe al principio el doble sentido de toda palabra, que es la pieza básica de la comunicación oral y escrita, sino que, a continuación, muestra mediante ejemplos cómo esos dos sentidos implican dos niveles diferentes de información. Niveles que pueden ser del todo diferentes o complementarios.

En La Guía de Perplejos Maimónides estimula la especulación creativa desde el conocimiento:

"Si deseas comprender todo cuanto este libro contiene, de manera que nada escape a tu noticia, considera los capítulos con orden y método. Cuando estudies cada uno de ellos, no te contentes con entender el principal asunto que trate, mas presta atención a cada término de los que en el capítulo se mencionen, aunque te pareciere no guardar relación con el tema. Porque lo que he escrito en este libro, es fruto de profundo estudio y gran diligencia, no mero capricho nacido de alguna sugestión momentánea. Especial cuidado he tenido de que no quede por esclarecer nada de lo que pueda parecer dudoso. Todo cuanto se menciona tiene su finalidad, de suerte que cada observación se verá que contribuye a ilustrar la doctrina esencial del respectivo capítulo. No lo leas superficialmente, que con ello me ofenderías a mí, y no sacarías provecho alguno”.

Esta invitación al análisis crítico se realiza presentando la propia obra como ejemplo, pero, en realidad es una invitación a extender tal tipo de análisis a todo tipo de texto. Digamos que es una forma sutil por parte de Maimónides de sugerir también ese tipo de lectura, que obliga a un procedimiento racional, tanto a las Escrituras Sagradas como a las obras de los filósofos y, casi por extensión, a cualquier obra.

Refiriéndonos ahora a su tercer pilar, su contribución a la evolución del judaísmo ha hecho que se le considere el filósofo judío más importante de la Edad Media, conocido con el sobrenombre de segundo Moisés.

Su gran obra en el campo de la legislación judía es el Mishné Torá (Repetición de la ley),  también llamada El Código de Maimónides, desarrollada en 14 libros y escrita entre 1170 y 1180 en hebreo para que la comunidad internacional de judíos pudiesen leerlo sin tener que saber el árabe. Maimónides se dedica a recopilar, glosar y mostrar una tradición en un lenguaje que ha de ser atemporal a fin de evitar anacronismos. Esta serie de reflexiones sobre el código de leyes religiosas judías es todavía consultada como interpretación de la Mishná, una de las partes del Talmud. 

Copio una reflexión del capítulo 11: «¿Puede haber mayor piedra de tropiezo que eso [el cristianismo]?. Todos los profetas hablaron del Mesías como el redentor de Israel y su salvador […] [Por el contrario, el cristianismo] mató por la espada a los judíos, dispersó y humilló a los que quedaron, alteró la Torá y apartó del camino a la mayor parte del mundo para que sirviera a otro dios en vez de a Adonai».

Maimónides formuló también los Trece artículos de fe, adoptados posteriormente como credo oficial por el judaísmo: 

1) Dios es el Creador y Gobernante de todas las cosas. Él solo ha hecho, hace y hará todas las cosas.
2) Dios es uno. No hay ninguna unidad como la suya.
3) Dios no tiene cuerpo. Los conceptos físicos no le son aplicables.
4) Dios es primero y último.
5) Es propio orar solo a Dios. No debe orarse a nadie ni a nada más.
6) Todas las palabras de los profetas son verdaderas.
7) La profecía de Moisés es absolutamente verdadera. Fue el principal de todos los profetas, tanto anteriores como posteriores a él.
8) La Torá completa que ahora tenemos es la que Moisés recibió.
9) La Torá nunca cambiará y Dios nunca dará otra.
10) Dios conoce todos los hechos y pensamientos del hombre.
11) Dios premia a quienes guardan Sus mandamientos y castiga a los que los transgreden.
12) El Mesías vendrá.
13) Los muertos serán resucitados.

Maimónides también escribió sobre astronomía, lógica y matemáticas y en su juventud poesías religiosas y una epístola en árabe. Es considerado el principal pensador científico judío de la Edad Media.

Moses ben Maimon falleció en El Cairo el 12 de diciembre de 1204. Años más tarde su tumba fue traslada a Tiberíades (Israel en la actualidad), bajo un moderno mausoleo.

MAG/20.11.2016


miércoles, 16 de noviembre de 2016

El largo viaje de los amorreos hasta Canaán



Es posible que el solar primitivo de los israelitas fuera Mesopotamia, como sugiere la Biblia al designar a Ur como patria de Abraham, si bien ya en el siglo XX a.C. los amorreos, amorritas o amoritas en sumerio y amurru en acadio, se desplazaron hacia Occidente a unas tierras que ocho siglos más tarde tomarían el nombre de Palestina (con la llegada de los pilistim=filisteos) y donde aquéllos llevaban una vida nómada con rebaños de ganado menor. Los cultos religiosos de estos primitivos israelitas era similar al de los árabes anteriores a Mahoma, venerando al dios del padre en representación de todos los ancestros, a quien se referían como El (de donde deriva el Allah de los musulmanes).

Sabido es que la Biblia es una biblioteca o repertorio de escritos que recogen las tradiciones históricas, poéticas y religiosas del pueblo de Israel durante las dominaciones persa y helenística. No puede, por tanto, ser considerada como única fuente para reconstruir la historia del pueblo hebreo.

El Bereshit o Génesis de la Biblia relata que Yahvé se dio a conocer al patriarca Abram como su dios familiar. En una segunda visión Yahvé pacta una alianza con Abram:

17:1 Era Abram de edad de noventa y nueve años, cuando le apareció Jehová y le dijo: Yo soy el Dios Todopoderoso; anda delante de mí y sé perfecto.
17:2 Y pondré mi pacto entre mí y ti, y te multiplicaré en gran manera.
17:3 Entonces Abram se postró sobre su rostro, y Dios habló con él, diciendo:
17:4 He aquí mi pacto es contigo, y serás padre de muchedumbre de gentes.
17:5 Y no se llamará más tu nombre Abram, sino que será tu nombre Abraham, porque te he puesto por padre de muchedumbre de gentes.
17:6 Y te multiplicaré en gran manera, y haré naciones de ti, y reyes saldrán de ti.
17:7 Y estableceré mi pacto entre mí y ti, y tu descendencia después de ti en sus generaciones, por pacto perpetuo, para ser tu Dios, y el de tu descendencia después de ti.
17:8 Y te daré a ti, y a tu descendencia después de ti, la tierra en que moras, toda la tierra de Canaán en heredad perpetua; y seré el Dios de ellos.
17:9 Dijo de nuevo Dios a Abraham: En cuanto a ti, guardarás mi pacto, tú y tu descendencia después de ti por sus generaciones.
17:10 Este es mi pacto, que guardaréis entre mí y vosotros y tu descendencia después de ti: Será circuncidado todo varón de entre vosotros.
17:11 Circuncidaréis, pues, la carne de vuestro prepucio, y será por señal del pacto entre mí y vosotros.

La mutilación de los prepucios, o circuncisión, formaba parte de los ritos de iniciación a la pubertad en pueblos primitivos semitas. Los israelitas elevaron esta mutilación a símbolo de su alianza con Yahvé y por tanto como mandato divino. Esta exigencia fue causa de conflictos con filisteos, griegos y romanos y finalmente provocó la separación del cristianismo del tronco del judaísmo.

Algunas de las leyendas contenidas en el Génesis proceden de la cultura mesopotámica como es el mito del diluvio universal, que se escribió por primera vez en sumerio sobre una tablilla de barro cocido encontrada en las excavaciones de Nippur y que mil años más tarde los babilonios incorporan el mito del diluvio en un poema de Gilgamesh.

Hacia mediados del segundo milenio antes de nuestra era las regiones montañosas de Canaán no proveyeron alimento suficiente para sus pobladores y estos nómadas semitas se vieron obligados a desplazarse a Egipto, donde tuvieron que aceptar unas condiciones muy onerosas en régimen de semiesclavitud (habiru, de ahí el término hebreo) como mano de obra para las grandes construcciones en el delta del Nilo. En esta penosa situación, y a mediados del siglo XIII a. C., surge la figura de un personaje misterioso que les transmite un mensaje de esperanza a cambio de renovar la alianza de Abraham con Yahvé, designado a partir de ese momento como dios de los hebreos.

Moisés reimplanta en la conciencia de los hebreos (semitas transterrados) la memoria de un dios ancestral para algunas de las tradiciones semíticas, pero enmarcada en un proceso de redención nacional ante una situación de opresión social. Y así relata el encuentro de Abraham con Yahvé en el libro del Éxodo o Shemot, de redacción tardía:

3:6 Y dijo: Yo soy el Dios de tu padre, Dios de Abraham, Dios de Isaac, y Dios de Jacob. Entonces Moisés cubrió su rostro, porque tuvo miedo de mirar a Dios.
3:7 Dijo luego Jehová: Bien he visto la aflicción de mi pueblo que está en Egipto, y he oído su clamor a causa de sus exactores; pues he conocido sus angustias,
3:8 y he descendido para librarlos de mano de los egipcios, y sacarlos de aquella tierra a una tierra buena y ancha, a tierra que fluye leche y miel, a los lugares del cananeo, … .



El pueblo de Israel sólo debe rendir culto a Yahvé (monolatría) pero sin rechazar explícitamente la existencia de otros dioses. Esta característica se utiliza por algunos estudiosos para rechazar la identificación de Moisés con Akhenatón, que era monoteista. Sólo después del exilio del pueblo judío la religión hebrea se convierte en monoteísta.

MAG/16.11.2016

sábado, 5 de noviembre de 2016

Los Macabeos


Tras las campañas de Alejandro Magno, las costumbres e ideas griegas se habían extendido por Palestina y estaban muy implantadas en las clases superiores de la sociedad judía. Jesús (Yeshua), que había cambiado su nombre por Jasón, lideraba este grupo. Era hermano del Sumo Sacerdote Onías III, hombre piadoso opuesto a la helenización, y a quien quería arrebatarle su puesto. 

En el año 175 a. C. después del acceso de Antíoco IV Epífanes al trono del Imperio Seléucida, Jasón fue confirmado, mediante un soborno, como Sumo Sacerdote en Jerusalén. Construyó un gimnasio y una efebía junto al Templo. Creó una Polis al estilo griego, llamada después, Antioquía, en honor al rey, abandonando las ordenanzas dadas bajo Antíoco III el Grande, que definian la organización política de los judíos según la Toráh. Tres años más tarde, Jasón fue destituido por Antíoco, y sustituido por Benjamita Melenao, hijo del administrador del Templo, que renegó totalmente del judaísmo.

En 170 a. C. Antíoco castigó un brote de rebelión saqueando el Templo y matando a muchos de los que en él se encontraban. Dos años más tarde Jerusalén fue devastada por su general Apolonio y tropas sirias ocuparon la ciudadela, Akra. A los judíos se les ordenó, bajo pena de muerte, sustituir los ritos de su religión por los paganos prescritos en todo el Imperio.

El 16 de diciembre del año 167 a. C., Antíoco profanó el Templo de Jerusalén al ofrecer la carne de un cerdo como un sacrificio a Zeus, en un ara que hizo construir sobre el altar de la ofrenda encendida. El año siguiente, Antíoco decretó que todos en Israel sacrificaran ofrendas a los dioses paganos bajo la supervisión de un representante del imperio.  

Matatías el asmoneo, un sacerdote anciano, se había mudado de Jerusalén  junto con su familia a la villa de Modín, a unos veintisiete kilómetros al noroeste de la ciudad santa, para escapar así de la idolatría de Antíoco.  Cuando los oficiales del gobernante sirio finalmente llegaron a Modín,  para forzar a la apostasía y que ofrecieran sacrificios a los ídolos, trataron de obligar a Matatías, a sus cinco hijos Juan, Simón, Judas, Eleazar y Jonatán así como a los otros habitantes de la villa a que ensamblaran un altar que ellos habían construido. En presencia de todos se acercó un judío helenizado para quemar incienso en el altar. Al verlo Matatías, no pudo contenerse y, llevado de  la ira, fue corriendo y lo degolló sobre el altar. A continuación se volvió al enviado del rey y lo mató también, destruyendo el altar.

Matatías y sus hijos huyeron a los montes, abandonando cuanto tenían en la ciudad. Entonces muchos que suspiraban por recuperar sus antiguos ritos y erradicar las costumbres paganas de su tierra, subieron también a las montañas y se organizaron en guerrilla bajo el mando de Matatías para atacar a las autoridades seléucidas. En 166 a. C. falleció Matatías pasando el mando de la guerrilla al más valiente de sus hijos, Judas, llamado Macabeo (maqqaba, martillo en hebreo) por su fogosidad contra sus enemigos. Curiosamente 700 años más tarde este apelativo se utilizó en Francia para denominar con el mismo sentido a uno de sus héroes Charles Martel.

Durante tres años, con coraje, astucia, un buen servicio de información y suerte, Judas Macabeo logró innumerables victorias frente a las tropas seléucidas, que se empeñaban en mantener sus tácticas de combate con falanges rígidas. Tras derrotar al general Apolonio en Uadi Haramia, tuvieron que enfrentarse ante el gobernador Serón a quien mataron en batalla, lo que provocó la huida a las colinas del ejército seléucida. Una tercera expedición dirigida por el nuevo gobernador Lisias y con el general Nicanor fue derrotada en la batalla de Emaús, regresando a Siria las tropas seléucidas.

Y en diciembre de 164 a. C., tras vencer al propio Lisias en Bet Zur, Judas Macabeo cercó la fortaleza de Acra, refugio de las tropas seléucidas y de los judiíos helenizantes, entrando victorioso en Jerusalén, donde purificó el Templo y restauró el culto a Yahvé. El octavo día de celebración fue el comienzo de Januká, la festividad judía de Dedicación o Luces.

Mientras tanto Antíoco IV Epifanes se hallaba en campaña contra el Imperio parto y, tras conquistar Elam y Babilonia, se enteró de las celebraciones de los judíos, decidiendo organizar una expedición punitiva para retomar Israel personalmente. Sin embargo cae enfermo y le sobreviene la muerte causada por una tuberculosis. Le sucedió su hijo Antíoco V Eupátor, quien en 162 a. C. nombra Sumo Sacerdote a Alcimo que pertenecía al partido helenizado y por tanto opuesto a los Macabeos. Un año más tarde, Alcimo es nombrado gobernador de la provincia de Judea y regresa a Antioquía. Instaura un régimen de terror que conduce a una reanudación de la guerra civil. 

Buscando protección ante el Imperio seléucido, Judas Macabeo firma en 161 a. C. un acuerdo con la República de Roma que, aunque no tuvo influencia real, le anima a presentar batalla a Alcimo, a quien derrota y fuerza a fugarse a Siria. Allí, Alcimo consigue que se forme un nuevo ejército conducido por Nicanor, como gobernador de Judea en esta ocasión, que el 9 de marzo del año 161 a. C., es vencido en la batalla de Hadassah, cerca de Beït-Horon. Durante esta batalla, Nicanor resulta muerto. Los judíos celebraron este día, el trece de Adar en el calendario judío, como “el día de Nicanor”. 

Para vengar la muerte de Nicanor los seléucidas envían desde Siria un tercer ejército de unos de 20000 soldados que planta batalla a Judas Macabeo y sus 800 hombres en Elesa. Ante la desigualdad entre ambos bandos, recomiendan a Judas Macabeo que no se enfrente a los seléucidas en esta ocasión, pero desoyendo el consejo afronta la batalla y él y muchos de sus compañeros pierden la vida en 160 a. C. Los restos de Judas Macabeo fueron enterrados junto a los de su padre en la población de Modín.

Alcimo, asegurado por una importante guarnición esta vez, es restablecido en su puesto, aunque no disfrutaría mucho tiempo de su triunfo, pues muere de una parálisis en 159 a. C..

El puñado de hombres que aún permanecían fieles a la política de Judas eligió como su líder a  su hermano Jonatán. Tuvieron que cruzar a nado el río Jordán para escapar del enemigo. En la otra orilla se le unieron más adeptos hasta constituir de nuevo un ejército que paulatinamente a lo largo de cuatro años fue conquistando terreno hasta adueñarse de Jerusalén de manera permanente, lo que desembocó en su nombramiento como Sumo Sacerdote y gobernador de Judea en 152 a. C. Jonatán firmó tratados con reinos extranjeros, provocando tensiones entre aquellos que deseaban libertad religiosa frente a poder político.  Jonatán, como hábil político, supo jugar con los conflictos dinásticos del reino seléucido en beneficio de su causa. Finalmente, le tendieron una trampa, capturándolo en 143 a. C. y asesinándolo más tarde en Baskamá, en la Transjordania un año más tarde. El poder pasó a manos de su hermano Simón Macabeo, el único hijo superviviente de Matatías.

Inmediatamente Simón se declaró favorable a Demetrio II Nicátor, rey de Siria, quien lo confirmó como Sumo Sacerdote, garantizando a los judíos la independencia política completa. En este tiempo Demetrio II y Simón pudieron recuperar Gaza. Demetrio fue hecho prisionero y no mucho después la guarnición seléucida de Jerusalén se sometió a Simón que se proclamó independiente con el título de etnarca en 140 a. C. Simón, sumo sacerdote y comandante de los ejércitos judíos, fundó la dinastía asmonea.

Las luchas civiles entre los seléucidas continuaron y el nuevo rey Antíoco VII Sidetes no aceptó la independencia virtual de Judea y envió un ejército a enfrentarse a los judíos. Simón, ya muy viejo, encargó la lucha a sus hijos Judas y Juan Hircano (después Juan Hircano I) que derrotaron al seléucida y lo expulsaron hacia el norte. Poco después, Ptolomeo, gobernador de Jericó, y yerno de Simón, en combinación con Antíoco VII Sidetes, formó una conspiración para conseguir el gobierno de Judea y en un banquete capturó a Simón, a su mujer y a sus tres hijos, Judas y Matatías y Juan Hircano. Ptolomeo ejecutó a Simón en el 134 a. C. y encerró a su viuda e hijos en fortaleza de Doch. El tercer hijo, Juan Hircano, se pudo escapar llegando a Jerusalén, donde se proclamó Sumo Sacerdote y, contando con el apoyo del pueblo, se aseguró el poder.

Después Juan Hircano cercó la fortaleza, y estuvo a punto de tomarla, pero se contuvo cuando escuchó las amenazas de Ptolomeo de arrojar a su madre y hermanos prisioneros desde lo alto de los muros si no dejaba de atacarle. Esto hizo que Juan Hircano disminuyera la presión, de modo que el sitio se prolongó y Ptolomeo aprovechó el año sabático (el séptimo año, en el cual los judíos dejaban de guerrear) para huir fuera del país, no sin antes asesinar a la madre y a los hermanos Judas y Matatías.

En 132 a. C. el monarca seléucida Antíoco VII Sidetes invadió Judea y asedió Jerusalén, que se rindió al agotarse las provisiones. Juan Hircano envió mensajeros a Antíoco pidiendo una tregua de una semana. Antíoco la concedió, e incluso envió copas de oro y plata llenas de especias, para emplearlos en los sacrificios. Finalmente Juan Hircano decidió firmar un tratado con Antíoco, ofreciendo 500 talentos de plata y rehenes, incluyendo a su propio hermano. Antíoco levantó entonces el sitio, derribó hasta los cimientos las murallas de la ciudad, y se retiró. Abriendo el sepulcro de David, Juan Hircano tomó 3.000 talentos de plata, y usó parte de esta cantidad para pagar el precio acordado.

Del 138 al 129 a. C. Juan Hircano se convirtió en un simple vasallo del rey seléucida y tuvo que participar al lado de Antíoco VII en una guerra contra los partos, en la que aquél fue derrotado y muerto en 128 a.C. Fallecido Antíoco VII, sus sucesores se enfrascaron en luchas fratricidas que les hicieron perder el control de Palestina y a los judíos hacerse independientes. 

Juan Hircano decidió también renovar el tratado que Judas Macabeo había hecho con Roma, una de cuyas cláusulas obligaba a los seléucidas a devolver a los judíos los territorios arrebatados. Fue entonces cuando Juan Hircano estableció firmemente el estado independiente de Judea, 40 años después de que Antíoco IV Epífanes aboliera su antigua constitución como estado teocrático autónomo dentro del imperio seléucida. Generaciones posteriores vieron los primeros años de independencia bajo Juan Hircano como una especie de edad de oro.

Juan Hircano aprovechó la creciente debilidad del reino seléucida para ensanchar sus territorios, pues las ciudades helenísticas quedaron desguarnecidas. Asimismo, a fin de contar con fuerzas militares competentes, alquiló mercenarios, algo que hasta entonces ningún rey o gobernante judío había hecho. Juan Hircano siguió guerreando contra los reyes seléucidas ampliando los territorios de su reino. Anexionó Samaria, parte de Jordania e Idumea, a cuyos habitantes les obligó a convertirse al judaísmo o a abandonar el país.

En 111 a. C. reinició la campaña contra los samaritanos, en vista de que insistían con mostrarse hostiles. Atacó a la ciudad de Samaria, dejando el cerco al mando de sus dos hijos Antígono y Aristóbulo I. Después de un año de asedio, la ciudad fue tomada y destruida, y sus habitantes esclavizados. Para no dejar señales de su existencia se inundó el lugar con torrentes en el 107 a. C.

Al finalizar el gobierno de Juan Hircano, el reino judío había alcanzado su máxima extensión desde la época de Salomón. Aunque Hircano nunca se proclamó rey, gobernó a través de una corte, designándose sumo sacerdote y etnarca de los judíos, y acuñó monedas con inscripciones de su título y nombre judío: “El Sumo Sacerdote Juan y la comunidad de los Judíos”, “El Sumo Sacerdote Juan, jefe de la comunidad de los Judíos”. Su alejamiento de los ideales de los primeros Macabeos le enfrentó a la facción popular, posteriormente conocida como de los fariseos, precipitando así la lucha religiosa entre facciones que fue dominante durante este período de la historia judía. 

Juan Hircano falleció después de haber gobernado 31 años a los judíos, dejando cinco hijos. Según Flavio Josefo, "Dios le encontró digno de tres de los más grandes privilegios: el gobierno de su pueblo, el sumo sacerdocio y el don de la profecía". 

Aristóbulo I, hijo y sucesor de Juan Hircano, reinó solo un año entre 104 a. C. y 103 a. C., siendo el primero en la dinastía asmonea en asumir el título real, lo que provocó gran irritación entre los jasidim, judíos ortodoxos, que entendían que los cargos de Sumo Sacerdote y Rey eran incompatibles.

En tan corto período de gobierno, Aristóbulo continuó la obra de su padre de judaizar las regiones bajo su dominio, obligó a los galileos a aceptar la fe judía; declaró la guerra a los itureos, que habitaban al noroeste del Jordán, y les arrebató una parte de su territorio, obligándoles a circuncidarse y a vivir de acuerdo a la ley de los judíos. 

Tras la muerte de Aristóbulo I en 103 a. C., su viuda la reina Salomé Alejandra quedó a cargo de la regencia y, cumpliendo la ley judía del Levirato, se casó con su cuñado que ocuparía el trono como Alejandro Janneo, tras la helenización de su verdadero nombre, Jonatán.

Alcohólico y desvariado, no supo granjearse el afecto de sus súbditos judíos, sobre todo al ejercer el cargo de sumo sacerdote de manera tal que ofendió los sentimientos de los judíos más religiosos (especialmente los fariseos). Tampoco el título de rey fue del agrado de los judíos ya que no pertenecía a la casa de David. 

Continuó la política de expansión territorial de su padre, conquistó y convirtió al judaísmo los territorios vecinos, expandiendo el reino asmoneo hasta las ciudades helenísticas de la costa mediterránea y la Transjordanias. Contó con la ayuda de Cleopatra III de Egipto, uno de cuyos oficiales era judío, Ananías de nombre. 

Pese a estas victorias, muchos judíos odiaban a Alejandro Janneo. Cuando volvió a su país y estaba a punto de sacrificar ante el altar durante la fiesta de los Tabernáculos, le echaron limones y le gritaron que descendía de cautivos y que era indigno de sacrificar. Enfurecido, empleó mercenarios extranjeros para poner fin al motín, dando muerte a 6.000 judíos; luego hizo un cerco de madera alrededor del altar y la parte del Templo en la cual solo podían entrar los sacerdotes; así tuvo alejada a la multitud.

Los insurgentes judíos, a la cabeza de los cuales se hallaban los fariseos, llamaron a Demetrio III Eucarios de Siria para que les ayudara contra Alejandro Janneo. Éste fue derrotado y todos sus mercenarios murieron en batalla. Alejandro huyó entonces a los montes, donde se le reunieron 6.000 de los judíos rebeldes, quienes conmovidos ante el espectáculo vergonzoso de quienes habían pedido la ayuda de los extranjeros, decidieron ayudar a Alejandro Janneo, que asedió entonces a sus enemigos en Bezoma, y tomó la ciudad, llevándose a sus cautivos a Jerusalén. Luego, mientras estaba celebrando con sus concubinas, crucificó cruelmente a 800 de sus enemigos, haciendo degollar delante de ellos, mientras estaban vivos aún, a sus mujeres y niños. Entre las víctimas se encontraban muchos fariseos prominentes. Esta horrible acción espantó de tal manera a los que se le habían opuesto que 8.000 huyeron de la ciudad aquella noche, viviendo en el destierro mientras reinó Alejandro. Sometidos así sus opositores de manera tan despiadada, Alejandro Janneo pudo reinar tranquilamente.

A pesar de algunos reveses (el más grave sería la derrota ante los nabateos en el año 94 a. C.,) al final de su reinado pudo vanagloriarse de haber reconquistado todo el territorio que había sido de Israel en sus grandes épocas. Pero todo ello a costa de devaluar la herencia espiritual de su pueblo.

Reposando de sus guerras Alejandro Janneo enfermó gravemente a causa de sus excesos de bebida y durante tres años le atormentó la fiebre cuartana. Pensó que podría curarla con una campaña activa, pero se fatigó excesivamente y falleció mientras sitiaba la fortaleza helenística de Ragaba, en la Transjordania (76 a. C.). En su lecho de muerte, consciente de que el reino no podría sobrevivir con disputas internas, ordenó a su esposa, la reina Salomé Alejandra, que buscara la reconciliación con los fariseos y se aliara con ellos, por cuanto ellos contaban con el apoyo popular.

Alejandro Janneo falleció a los 49 años de edad, habiendo reinado 27 años. Siguiendo los consejos de su esposo, la reina Salomé Alejandra puso bajo el dominio de los fariseos tanto el cuerpo de Alejandro Janneo como en lo tocante al reino, de modo que aquellos aplacaron su ira contra el rey difunto y lo encomiaron delante del pueblo. Se celebró un espléndido funeral. Fueron tan grandes los elogios que hicieron los fariseos, al punto que el pueblo quedó convencido y lloró a Alejandro Janneo como por ningún otro rey anterior a él.

En su lecho de agonía, Alejandro Janneo no quiso dejar el reino a ninguno de sus hijos Hircano II, el mayor, al que hizo sumo sacerdote porque era indolente e incompetente, y Aristóbulo II, al que limitó a la vida privada porque era muy impulsivo. Encargó el gobierno a Salomé Alejandra, que era querida por la multitud, porque pensaban que ella se había opuesto a las crueles medidas de su marido. Salomé Alejandra fue la última gobernante que rigió un estado judío totalmente independiente en Israel, hasta la formación del estado moderno de Israel.

Salomé Alejandra favoreció a los fariseos, la secta judía más estricta en la observancia de las leyes. Ellos se convirtieron en los verdaderos gobernantes de la nación, aunque Alejandra administró con gran sabiduría, doblando los efectivos del ejército e intimidando a los gobernantes vecinos. Los fariseos la apremiaron a que diera muerte a los que habían aconsejado a Alejandro crucificar a los 800 cabecillas fariseos, y ellos mismos comenzaron a matarlos uno por uno. Entre las víctimas se contó un tal Diógenes de Judea, prominente miembro del partido saduceo. Los perseguidos encontraron en Aristóbulo un defensor, quien persuadió a su madre que los perdonara, pero a costa de irse de Jerusalén y esparcirse por el país, recluyéndose en algunos pueblos fortificados.

Durante el reinado de Salomé Alejandra ocurrió la invasión de Tigranes II de Armenia, quien llegó con un ejército de 300.000 hombres, y puso sitio a Ptolemaida. Algún tiempo después, la reina cayó gravemente enferma, y su hijo Aristóbulo II aprovechó esta oportunidad para hacerse con el poder. Salió a escondidas de Jerusalén por la noche, reunió un ejército, ocupó 22 fortalezas en quince días y tomó la mayor parte del país. 

Salomé Alejandra murió en el 67 a. C. después de haber reinado nueve años. La sucedió su hijo Hircano II. Dejó al país al borde de la guerra civil entre sus hijos para acceder al trono, lo que favorecería la intervención de los romanos en los asuntos judíos.

Si bien es cierto que con el tiempo la dinastía Macabea llegó a ser menos noble en su propósito, los Macabeos fundaron una nación independiente que permaneció hasta el año 63 a. C., cuando el general romano Pompeyo capturó con toda facilidad Jerusalén y sometió todo el reino al dominio de Roma. Así terminaba el siglo de independencia judía bajo la dinastía asmonea y se iniciaba un período de varios siglos de dominación romana. La dinastía asmonea se mantuvo hasta el 37 a. C., cuando el idumeo Herodes el Grande se convirtió de facto en rey de Jerusalén. Han tenido que pasar dos mil años hasta que los judíos volvieran a tener un Estado independiente propio.

Los Macabeos, recordados por el pueblo hebreo en la festividad de Jánuca, son considerados héroes nacionales del pueblo de Israel y su rebelión es conmemorada religiosamente de forma anual. En la tradición cristiana, tanto en el rito romano como en el rito bizantino los hermanos Macabeos están considerados como santos mártires y su fiesta es el 1º de agosto.


MAG/05.11.2016