Tras las campañas de Alejandro Magno, las costumbres e ideas griegas se habían extendido por Palestina y estaban muy implantadas en las clases superiores de la sociedad judía. Jesús (Yeshua), que había cambiado su nombre por Jasón, lideraba este grupo. Era hermano del Sumo Sacerdote Onías III, hombre piadoso opuesto a la helenización, y a quien quería arrebatarle su puesto.
En el año 175 a. C. después del acceso de Antíoco IV Epífanes al trono del Imperio Seléucida, Jasón fue confirmado, mediante un soborno, como Sumo Sacerdote en Jerusalén. Construyó un gimnasio y una efebía junto al Templo. Creó una Polis al estilo griego, llamada después, Antioquía, en honor al rey, abandonando las ordenanzas dadas bajo Antíoco III el Grande, que definian la organización política de los judíos según la Toráh. Tres años más tarde, Jasón fue destituido por Antíoco, y sustituido por Benjamita Melenao, hijo del administrador del Templo, que renegó totalmente del judaísmo.
En 170 a. C. Antíoco castigó un brote de rebelión saqueando el Templo y matando a muchos de los que en él se encontraban. Dos años más tarde Jerusalén fue devastada por su general Apolonio y tropas sirias ocuparon la ciudadela, Akra. A los judíos se les ordenó, bajo pena de muerte, sustituir los ritos de su religión por los paganos prescritos en todo el Imperio.
El 16 de diciembre del año 167 a. C., Antíoco profanó el Templo de Jerusalén al ofrecer la carne de un cerdo como un sacrificio a Zeus, en un ara que hizo construir sobre el altar de la ofrenda encendida. El año siguiente, Antíoco decretó que todos en Israel sacrificaran ofrendas a los dioses paganos bajo la supervisión de un representante del imperio.
Matatías el asmoneo, un sacerdote anciano, se había mudado de Jerusalén junto con su familia a la villa de Modín, a unos veintisiete kilómetros al noroeste de la ciudad santa, para escapar así de la idolatría de Antíoco. Cuando los oficiales del gobernante sirio finalmente llegaron a Modín, para forzar a la apostasía y que ofrecieran sacrificios a los ídolos, trataron de obligar a Matatías, a sus cinco hijos Juan, Simón, Judas, Eleazar y Jonatán así como a los otros habitantes de la villa a que ensamblaran un altar que ellos habían construido. En presencia de todos se acercó un judío helenizado para quemar incienso en el altar. Al verlo Matatías, no pudo contenerse y, llevado de la ira, fue corriendo y lo degolló sobre el altar. A continuación se volvió al enviado del rey y lo mató también, destruyendo el altar.
Matatías y sus hijos huyeron a los montes, abandonando cuanto tenían en la ciudad. Entonces muchos que suspiraban por recuperar sus antiguos ritos y erradicar las costumbres paganas de su tierra, subieron también a las montañas y se organizaron en guerrilla bajo el mando de Matatías para atacar a las autoridades seléucidas. En 166 a. C. falleció Matatías pasando el mando de la guerrilla al más valiente de sus hijos, Judas, llamado Macabeo (maqqaba, martillo en hebreo) por su fogosidad contra sus enemigos. Curiosamente 700 años más tarde este apelativo se utilizó en Francia para denominar con el mismo sentido a uno de sus héroes Charles Martel.
Durante tres años, con coraje, astucia, un buen servicio de información y suerte, Judas Macabeo logró innumerables victorias frente a las tropas seléucidas, que se empeñaban en mantener sus tácticas de combate con falanges rígidas. Tras derrotar al general Apolonio en Uadi Haramia, tuvieron que enfrentarse ante el gobernador Serón a quien mataron en batalla, lo que provocó la huida a las colinas del ejército seléucida. Una tercera expedición dirigida por el nuevo gobernador Lisias y con el general Nicanor fue derrotada en la batalla de Emaús, regresando a Siria las tropas seléucidas.
Y en diciembre de 164 a. C., tras vencer al propio Lisias en Bet Zur, Judas Macabeo cercó la fortaleza de Acra, refugio de las tropas seléucidas y de los judiíos helenizantes, entrando victorioso en Jerusalén, donde purificó el Templo y restauró el culto a Yahvé. El octavo día de celebración fue el comienzo de Januká, la festividad judía de Dedicación o Luces.
Mientras tanto Antíoco IV Epifanes se hallaba en campaña contra el Imperio parto y, tras conquistar Elam y Babilonia, se enteró de las celebraciones de los judíos, decidiendo organizar una expedición punitiva para retomar Israel personalmente. Sin embargo cae enfermo y le sobreviene la muerte causada por una tuberculosis. Le sucedió su hijo Antíoco V Eupátor, quien en 162 a. C. nombra Sumo Sacerdote a Alcimo que pertenecía al partido helenizado y por tanto opuesto a los Macabeos. Un año más tarde, Alcimo es nombrado gobernador de la provincia de Judea y regresa a Antioquía. Instaura un régimen de terror que conduce a una reanudación de la guerra civil.
Buscando protección ante el Imperio seléucido, Judas Macabeo firma en 161 a. C. un acuerdo con la República de Roma que, aunque no tuvo influencia real, le anima a presentar batalla a Alcimo, a quien derrota y fuerza a fugarse a Siria. Allí, Alcimo consigue que se forme un nuevo ejército conducido por Nicanor, como gobernador de Judea en esta ocasión, que el 9 de marzo del año 161 a. C., es vencido en la batalla de Hadassah, cerca de Beït-Horon. Durante esta batalla, Nicanor resulta muerto. Los judíos celebraron este día, el trece de Adar en el calendario judío, como “el día de Nicanor”.
Para vengar la muerte de Nicanor los seléucidas envían desde Siria un tercer ejército de unos de 20000 soldados que planta batalla a Judas Macabeo y sus 800 hombres en Elesa. Ante la desigualdad entre ambos bandos, recomiendan a Judas Macabeo que no se enfrente a los seléucidas en esta ocasión, pero desoyendo el consejo afronta la batalla y él y muchos de sus compañeros pierden la vida en 160 a. C. Los restos de Judas Macabeo fueron enterrados junto a los de su padre en la población de Modín.
Alcimo, asegurado por una importante guarnición esta vez, es restablecido en su puesto, aunque no disfrutaría mucho tiempo de su triunfo, pues muere de una parálisis en 159 a. C..
El puñado de hombres que aún permanecían fieles a la política de Judas eligió como su líder a su hermano Jonatán. Tuvieron que cruzar a nado el río Jordán para escapar del enemigo. En la otra orilla se le unieron más adeptos hasta constituir de nuevo un ejército que paulatinamente a lo largo de cuatro años fue conquistando terreno hasta adueñarse de Jerusalén de manera permanente, lo que desembocó en su nombramiento como Sumo Sacerdote y gobernador de Judea en 152 a. C. Jonatán firmó tratados con reinos extranjeros, provocando tensiones entre aquellos que deseaban libertad religiosa frente a poder político. Jonatán, como hábil político, supo jugar con los conflictos dinásticos del reino seléucido en beneficio de su causa. Finalmente, le tendieron una trampa, capturándolo en 143 a. C. y asesinándolo más tarde en Baskamá, en la Transjordania un año más tarde. El poder pasó a manos de su hermano Simón Macabeo, el único hijo superviviente de Matatías.
Inmediatamente Simón se declaró favorable a Demetrio II Nicátor, rey de Siria, quien lo confirmó como Sumo Sacerdote, garantizando a los judíos la independencia política completa. En este tiempo Demetrio II y Simón pudieron recuperar Gaza. Demetrio fue hecho prisionero y no mucho después la guarnición seléucida de Jerusalén se sometió a Simón que se proclamó independiente con el título de etnarca en 140 a. C. Simón, sumo sacerdote y comandante de los ejércitos judíos, fundó la dinastía asmonea.
Las luchas civiles entre los seléucidas continuaron y el nuevo rey Antíoco VII Sidetes no aceptó la independencia virtual de Judea y envió un ejército a enfrentarse a los judíos. Simón, ya muy viejo, encargó la lucha a sus hijos Judas y Juan Hircano (después Juan Hircano I) que derrotaron al seléucida y lo expulsaron hacia el norte. Poco después, Ptolomeo, gobernador de Jericó, y yerno de Simón, en combinación con Antíoco VII Sidetes, formó una conspiración para conseguir el gobierno de Judea y en un banquete capturó a Simón, a su mujer y a sus tres hijos, Judas y Matatías y Juan Hircano. Ptolomeo ejecutó a Simón en el 134 a. C. y encerró a su viuda e hijos en fortaleza de Doch. El tercer hijo, Juan Hircano, se pudo escapar llegando a Jerusalén, donde se proclamó Sumo Sacerdote y, contando con el apoyo del pueblo, se aseguró el poder.
Después Juan Hircano cercó la fortaleza, y estuvo a punto de tomarla, pero se contuvo cuando escuchó las amenazas de Ptolomeo de arrojar a su madre y hermanos prisioneros desde lo alto de los muros si no dejaba de atacarle. Esto hizo que Juan Hircano disminuyera la presión, de modo que el sitio se prolongó y Ptolomeo aprovechó el año sabático (el séptimo año, en el cual los judíos dejaban de guerrear) para huir fuera del país, no sin antes asesinar a la madre y a los hermanos Judas y Matatías.
En 132 a. C. el monarca seléucida Antíoco VII Sidetes invadió Judea y asedió Jerusalén, que se rindió al agotarse las provisiones. Juan Hircano envió mensajeros a Antíoco pidiendo una tregua de una semana. Antíoco la concedió, e incluso envió copas de oro y plata llenas de especias, para emplearlos en los sacrificios. Finalmente Juan Hircano decidió firmar un tratado con Antíoco, ofreciendo 500 talentos de plata y rehenes, incluyendo a su propio hermano. Antíoco levantó entonces el sitio, derribó hasta los cimientos las murallas de la ciudad, y se retiró. Abriendo el sepulcro de David, Juan Hircano tomó 3.000 talentos de plata, y usó parte de esta cantidad para pagar el precio acordado.
Del 138 al 129 a. C. Juan Hircano se convirtió en un simple vasallo del rey seléucida y tuvo que participar al lado de Antíoco VII en una guerra contra los partos, en la que aquél fue derrotado y muerto en 128 a.C. Fallecido Antíoco VII, sus sucesores se enfrascaron en luchas fratricidas que les hicieron perder el control de Palestina y a los judíos hacerse independientes.
Juan Hircano decidió también renovar el tratado que Judas Macabeo había hecho con Roma, una de cuyas cláusulas obligaba a los seléucidas a devolver a los judíos los territorios arrebatados. Fue entonces cuando Juan Hircano estableció firmemente el estado independiente de Judea, 40 años después de que Antíoco IV Epífanes aboliera su antigua constitución como estado teocrático autónomo dentro del imperio seléucida. Generaciones posteriores vieron los primeros años de independencia bajo Juan Hircano como una especie de edad de oro.
Juan Hircano aprovechó la creciente debilidad del reino seléucida para ensanchar sus territorios, pues las ciudades helenísticas quedaron desguarnecidas. Asimismo, a fin de contar con fuerzas militares competentes, alquiló mercenarios, algo que hasta entonces ningún rey o gobernante judío había hecho. Juan Hircano siguió guerreando contra los reyes seléucidas ampliando los territorios de su reino. Anexionó Samaria, parte de Jordania e Idumea, a cuyos habitantes les obligó a convertirse al judaísmo o a abandonar el país.
En 111 a. C. reinició la campaña contra los samaritanos, en vista de que insistían con mostrarse hostiles. Atacó a la ciudad de Samaria, dejando el cerco al mando de sus dos hijos Antígono y Aristóbulo I. Después de un año de asedio, la ciudad fue tomada y destruida, y sus habitantes esclavizados. Para no dejar señales de su existencia se inundó el lugar con torrentes en el 107 a. C.
Al finalizar el gobierno de Juan Hircano, el reino judío había alcanzado su máxima extensión desde la época de Salomón. Aunque Hircano nunca se proclamó rey, gobernó a través de una corte, designándose sumo sacerdote y etnarca de los judíos, y acuñó monedas con inscripciones de su título y nombre judío: “El Sumo Sacerdote Juan y la comunidad de los Judíos”, “El Sumo Sacerdote Juan, jefe de la comunidad de los Judíos”. Su alejamiento de los ideales de los primeros Macabeos le enfrentó a la facción popular, posteriormente conocida como de los fariseos, precipitando así la lucha religiosa entre facciones que fue dominante durante este período de la historia judía.
Juan Hircano falleció después de haber gobernado 31 años a los judíos, dejando cinco hijos. Según Flavio Josefo, "Dios le encontró digno de tres de los más grandes privilegios: el gobierno de su pueblo, el sumo sacerdocio y el don de la profecía".
Aristóbulo I, hijo y sucesor de Juan Hircano, reinó solo un año entre 104 a. C. y 103 a. C., siendo el primero en la dinastía asmonea en asumir el título real, lo que provocó gran irritación entre los jasidim, judíos ortodoxos, que entendían que los cargos de Sumo Sacerdote y Rey eran incompatibles.
En tan corto período de gobierno, Aristóbulo continuó la obra de su padre de judaizar las regiones bajo su dominio, obligó a los galileos a aceptar la fe judía; declaró la guerra a los itureos, que habitaban al noroeste del Jordán, y les arrebató una parte de su territorio, obligándoles a circuncidarse y a vivir de acuerdo a la ley de los judíos.
Tras la muerte de Aristóbulo I en 103 a. C., su viuda la reina Salomé Alejandra quedó a cargo de la regencia y, cumpliendo la ley judía del Levirato, se casó con su cuñado que ocuparía el trono como Alejandro Janneo, tras la helenización de su verdadero nombre, Jonatán.
Alcohólico y desvariado, no supo granjearse el afecto de sus súbditos judíos, sobre todo al ejercer el cargo de sumo sacerdote de manera tal que ofendió los sentimientos de los judíos más religiosos (especialmente los fariseos). Tampoco el título de rey fue del agrado de los judíos ya que no pertenecía a la casa de David.
Continuó la política de expansión territorial de su padre, conquistó y convirtió al judaísmo los territorios vecinos, expandiendo el reino asmoneo hasta las ciudades helenísticas de la costa mediterránea y la Transjordanias. Contó con la ayuda de Cleopatra III de Egipto, uno de cuyos oficiales era judío, Ananías de nombre.
Pese a estas victorias, muchos judíos odiaban a Alejandro Janneo. Cuando volvió a su país y estaba a punto de sacrificar ante el altar durante la fiesta de los Tabernáculos, le echaron limones y le gritaron que descendía de cautivos y que era indigno de sacrificar. Enfurecido, empleó mercenarios extranjeros para poner fin al motín, dando muerte a 6.000 judíos; luego hizo un cerco de madera alrededor del altar y la parte del Templo en la cual solo podían entrar los sacerdotes; así tuvo alejada a la multitud.
Los insurgentes judíos, a la cabeza de los cuales se hallaban los fariseos, llamaron a Demetrio III Eucarios de Siria para que les ayudara contra Alejandro Janneo. Éste fue derrotado y todos sus mercenarios murieron en batalla. Alejandro huyó entonces a los montes, donde se le reunieron 6.000 de los judíos rebeldes, quienes conmovidos ante el espectáculo vergonzoso de quienes habían pedido la ayuda de los extranjeros, decidieron ayudar a Alejandro Janneo, que asedió entonces a sus enemigos en Bezoma, y tomó la ciudad, llevándose a sus cautivos a Jerusalén. Luego, mientras estaba celebrando con sus concubinas, crucificó cruelmente a 800 de sus enemigos, haciendo degollar delante de ellos, mientras estaban vivos aún, a sus mujeres y niños. Entre las víctimas se encontraban muchos fariseos prominentes. Esta horrible acción espantó de tal manera a los que se le habían opuesto que 8.000 huyeron de la ciudad aquella noche, viviendo en el destierro mientras reinó Alejandro. Sometidos así sus opositores de manera tan despiadada, Alejandro Janneo pudo reinar tranquilamente.
A pesar de algunos reveses (el más grave sería la derrota ante los nabateos en el año 94 a. C.,) al final de su reinado pudo vanagloriarse de haber reconquistado todo el territorio que había sido de Israel en sus grandes épocas. Pero todo ello a costa de devaluar la herencia espiritual de su pueblo.
Reposando de sus guerras Alejandro Janneo enfermó gravemente a causa de sus excesos de bebida y durante tres años le atormentó la fiebre cuartana. Pensó que podría curarla con una campaña activa, pero se fatigó excesivamente y falleció mientras sitiaba la fortaleza helenística de Ragaba, en la Transjordania (76 a. C.). En su lecho de muerte, consciente de que el reino no podría sobrevivir con disputas internas, ordenó a su esposa, la reina Salomé Alejandra, que buscara la reconciliación con los fariseos y se aliara con ellos, por cuanto ellos contaban con el apoyo popular.
Alejandro Janneo falleció a los 49 años de edad, habiendo reinado 27 años. Siguiendo los consejos de su esposo, la reina Salomé Alejandra puso bajo el dominio de los fariseos tanto el cuerpo de Alejandro Janneo como en lo tocante al reino, de modo que aquellos aplacaron su ira contra el rey difunto y lo encomiaron delante del pueblo. Se celebró un espléndido funeral. Fueron tan grandes los elogios que hicieron los fariseos, al punto que el pueblo quedó convencido y lloró a Alejandro Janneo como por ningún otro rey anterior a él.
En su lecho de agonía, Alejandro Janneo no quiso dejar el reino a ninguno de sus hijos Hircano II, el mayor, al que hizo sumo sacerdote porque era indolente e incompetente, y Aristóbulo II, al que limitó a la vida privada porque era muy impulsivo. Encargó el gobierno a Salomé Alejandra, que era querida por la multitud, porque pensaban que ella se había opuesto a las crueles medidas de su marido. Salomé Alejandra fue la última gobernante que rigió un estado judío totalmente independiente en Israel, hasta la formación del estado moderno de Israel.
Salomé Alejandra favoreció a los fariseos, la secta judía más estricta en la observancia de las leyes. Ellos se convirtieron en los verdaderos gobernantes de la nación, aunque Alejandra administró con gran sabiduría, doblando los efectivos del ejército e intimidando a los gobernantes vecinos. Los fariseos la apremiaron a que diera muerte a los que habían aconsejado a Alejandro crucificar a los 800 cabecillas fariseos, y ellos mismos comenzaron a matarlos uno por uno. Entre las víctimas se contó un tal Diógenes de Judea, prominente miembro del partido saduceo. Los perseguidos encontraron en Aristóbulo un defensor, quien persuadió a su madre que los perdonara, pero a costa de irse de Jerusalén y esparcirse por el país, recluyéndose en algunos pueblos fortificados.
Durante el reinado de Salomé Alejandra ocurrió la invasión de Tigranes II de Armenia, quien llegó con un ejército de 300.000 hombres, y puso sitio a Ptolemaida. Algún tiempo después, la reina cayó gravemente enferma, y su hijo Aristóbulo II aprovechó esta oportunidad para hacerse con el poder. Salió a escondidas de Jerusalén por la noche, reunió un ejército, ocupó 22 fortalezas en quince días y tomó la mayor parte del país.
Salomé Alejandra murió en el 67 a. C. después de haber reinado nueve años. La sucedió su hijo Hircano II. Dejó al país al borde de la guerra civil entre sus hijos para acceder al trono, lo que favorecería la intervención de los romanos en los asuntos judíos.
Si bien es cierto que con el tiempo la dinastía Macabea llegó a ser menos noble en su propósito, los Macabeos fundaron una nación independiente que permaneció hasta el año 63 a. C., cuando el general romano Pompeyo capturó con toda facilidad Jerusalén y sometió todo el reino al dominio de Roma. Así terminaba el siglo de independencia judía bajo la dinastía asmonea y se iniciaba un período de varios siglos de dominación romana. La dinastía asmonea se mantuvo hasta el 37 a. C., cuando el idumeo Herodes el Grande se convirtió de facto en rey de Jerusalén. Han tenido que pasar dos mil años hasta que los judíos volvieran a tener un Estado independiente propio.
Los Macabeos, recordados por el pueblo hebreo en la festividad de Jánuca, son considerados héroes nacionales del pueblo de Israel y su rebelión es conmemorada religiosamente de forma anual. En la tradición cristiana, tanto en el rito romano como en el rito bizantino los hermanos Macabeos están considerados como santos mártires y su fiesta es el 1º de agosto.
MAG/05.11.2016